viernes, julio 02, 2010

LAS FABES Y EL AMOR

Un día me llegó el amor, encontré a un maravilloso caballero y nos
enamoramos. Cuando se hizo evidente que nos casaríamos hice el sacrificio
supremo, como buena asturiana, y dejé de comer fabes.

Algunos meses más tarde,el día de mi cumpleaños, mi coche se estropeó de
camino del trabajo a casa. Como vivía a las afueras llamé a mi marido y le
dije que llegaría tarde porque tenía que ir andando a casa. De camino,
pasé por un pequeño restaurante y el olor de la fabada fue mas fuerte que
yo. Con varios kilómetros por delante para caminar, calculé que se me iría
cualquier efecto negativo de les fabes antes de llegar a casa, por lo que
entré y antes de que me diera cuenta, ya había tragado tres buenos platos
de fabada. De camino a casa me aseguré de liberarme de TODO el gas.

Cuando llegué, mi marido pareció excitado de verme y gritó con gran
alegría: ¡" Querida, te tengo una sorpresa para la cena esta noche! " Él
entonces me vendó los ojos y me condujo a mi silla en la mesa. Tomé
asiento y cuando estaba a punto de quitarme la venda de los ojos, el
teléfono sonó. Me hizo prometer no tocar la venda hasta que él volviera y
se fué a contestar la llamada.

La fabada que había consumido todavía me afectaba y la presión se hacía
más y más insoportable, tanto que mientras mi marido estaba fuera,
aproveché la oportunidad, me apoyé en una pierna y dejé caer uno. No era
ruidoso, pero olía como un camión de fertilizante delante de una fábrica
de pulpa de papel. Tomé la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire
alrededor de mí enérgicamente.

Entonces, cambiando a la otra pierna, dejé escapar otros tres. ¡¡La peste
era peor que la col cocinada!!!

Manteniendo mis oídos atentos a la conversación de mi marido en la otra
habitación, continué tirando unos cuantos durante otros pocos minutos.
El placer era indescriptible. Cuando mas tarde la despedida telefónica
señaló el final de mi libertad, rápidamente abaniqué el aire unas cuantas
veces más con mi servilleta, la colocó sobre mi regazo y doblé mis manos
atrás sintiendome muy aliviada y complacida conmigo misma.

Mi cara debe haber sido la imagen de la inocencia cuando mi marido volvió,
pidiendo perdón por tomar tanto tiempo. Él me preguntó si yo había echado
una ojeada por debajo del vendaje de los ojos, y le aseguré que no.
En este punto, él me quitó la venda de los ojos, y doce invitados a la
cena sentados alrededor de la mesa, entre ellos mis suegros, cantaron a
coro: ¡ Cumpleaños Feliz!

¡¡ Y ...me desmayé!!!!!!!!!!!!!!